martes, 5 de agosto de 2008

El Azucar de Dios

El hombre no es libre. Lo sé. La develación de los aspectos inconscientes del aparato psíquico develado en el trabajo de Sigmund Freud, quien junto a Nietzsche y Marx, los filósofos de la sospecha, propinó un certero golpe en el corazón del egocentrismo del hombre, donde su ombligo era el lugar preferido donde buscar y encontrar las respuestas a todo lo que lo rodeaba. Pero también existe una influencia invisible, externa y eterna, el azúcar divina que emboba y atrapa con su fácil manejo, bajo costo y disponibilidad inmediata e instantánea. La religión.

Mientras más llamativo sea el envoltorio, más dañino será su contenido.

Con la revolución industrial, los procesos de tratado de las materias primas se convirtieron en una carrera a favor de la economía y los intereses políticos y en contra de la calidad de los productos, siendo estos tan diversos como vestuario, armas o los alimentos. Sobre este ultimo ítem, la refinación de los alimentos contribuye a reducir su costos, pero en este proceso se pierden gran cantidad de minerales, vitaminas, enzimas y otros, bajando su aporte nutricional en aproximadamente un 80%.
En 1689 se construyó la primera planta de refinamiento de azúcar en Estados Unidos. Desde ese momento el consumo de azúcar ha aumentado exponencialmente cada año convirtiéndose en un elemento infaltable tanto en la cocina de los hogares como en la preparación de los diversos alimentos disponibles en el mercado. Lamentablemente la refinación del azúcar provoca efectos dañinos en el cuerpo humano. Los carbohidratos presentes en granos, vegetales y frutas son divididos en dos tipos: complejos y simples. Los complejos son denominados de esa manera por poseer una larga cadena de azucares que se van quebrando en forma lenta y se separan de la fibra contenida por los alimentos en estado integral para llegar al torrente sanguíneo y proveer a las células de la energía para llevar a cabo las diferentes funciones del cuerpo, como latir, respirar y la digestión. Los carbohidratos simples contenidos por ejemplo en la fruta, se digieren de forma más rápida, pero la fibra que los acompaña logra que la digestión aminore su velocidad y así las células no se llenan de glucosa, que es en lo que se convierte el azúcar de los carbohidratos luego de ser procesados en el cuerpo.

Pero con los carbohidratos simples contenidos en los alimentos procesados modernos el proceso es diferente. Estos contienen pequeñas moléculas de azúcar que entra en el sistema circulatorio inmediatamente después de ser ingerido, provocando una rápida alza en el nivel de azúcar en la sangre –el sugar rush- seguido esto de un también rápido descenso, esto debido que el cuerpo toma el nivel de azúcar como un estado de emergencia y trabaja para quemarla lo mas rápido posible. Luego, se necesita más.
Edulcorantes, saborizantes y otros llenan de color los alimentos pero no son mas que moléculas vacías, sin aporte, que por un momento logran llenar con sus componentes inflados una sensación que quizás no se puede describir, un vacio, duda o inquietud que al contrario de ser taponado, debiera ser cuestionado para poder comprenderlo o por lo menos aceptarlo.
El azúcar divina a la que me refiero exalta al hombre, lo nubla, entra en su torrente sanguíneo y cada célula se llena de ella y su cuerpo vibra. Pero luego del “sugar rush” siempre viene la debacle. Esa sensación se acaba, necesitamos más, más de lo que creímos que nos iba a ayudar, a salvar. No importa el envoltorio, no importa la procedencia, siempre estará cerca para aliviarnos. Pero no hace más que inflarnos, y ese aire insuflado es solo eso, aire, aire puesto ahí por el hombre y para el hombre, para llenarlo de nada. Quizás de esperanzas.

Envoltorio divino.

El hombre ha dejado de lado la naturaleza y la ha rebajado a un nivel tan bajo que ni siquiera la toma en consideración como su hogar, sólo ahora que se da cuenta que aún no ha alcanzado otras tierras que conquistar y la nuestra se comienza a volver inhóspita, empieza a preocuparse. Pero no se preocupa por ella, se preocupa por él.
La naturaleza, la que alguna vez le brindó cobijo del frío y del hambre, lo cuido de sus depredadores naturales, ahora es con suerte un elemento sobre el cual el hombre nunca obtuvo el total control. Por suerte, debo decir. Los terremotos, huracanes y demás catástrofes naturales son –figurativamente- llamados de atención a la soberbia del homo sapiens en su afán etnocentrista. En algún momento el hombre dejó de evolucionar con la naturaleza, obtuvo una independencia, pero solo dentro de su imaginario. Las distintas eventualidades naturales a las que se tuvo que enfrentar sin conocer se convirtieron en dioses. Y ellos siempre han acompañado al hombre con un nombre o con otro, con benevolencia o maldad. Pero hubo un Dios cuyo nacimiento acabó de una vez para todas con la estrecha relación hombre-naturaleza. El Dios de los cristianos, Yahvé. Hasta ese momento el cosmos, la naturaleza rodeante era lo divino. Y tomando como ejemplo podemos nombrar a los estoicos griegos, quienes contemplaban el mundo como ordenado y animado y la finitud del hombre, es decir su deceso, los llevaba a unirse con este cosmos divino, al que respetaban y admiraban.

El cambio de la visión desde el logo estoico, la naturaleza como lo divino, con lo que el hombre debe coordinar su existencia al logo cristiano, personificado ahora en un hombre, Cristo, permite discernir el momento en que la humanidad deja de respetar y admirar a la naturaleza, gira su atención en esta personificación individual del logo y por ende al personificar la salvación y dejar de lado la divinidad natural, el individualismo de la humanidad comienza a hacer estragos en el accionar del hombre al ir en desmedro del cosmos divino.
Ahora la salvación está en manos de un agente externo, que promete paraísos eternos con goce eterno, con verdes colinas que cobijaran nuestras almas y la de nuestros seres queridos por eones y eones de siglos y milenios sin importar que universo se congele. Porque ahora solo basta creer. Tener confianza y creer en Dios todopoderoso te salvara. No importa lo que pienses, solo basta con la fe, destructora de la razón.
Así, es finalmente la posibilidad de salvación relativamente sencilla la que lleva al estropicio del hombre. El respeto por el mundo natural que le rodea se pierde tras un manto de contradicciones bíblicas de antaño y actuales y así también el respeto por si mismo. Se taponan las angustias con caramelos y rezos. La nutrición primaria no debiera basarse en la comida, entendiendo nutrición como lo que afecta al hombre en sus emociones, mentalmente, físicamente. ¿Por qué buscar satisfacción o sensación de plenitud en ella, o en Él? Quizás al cuestionar las bases de las creencias heredadas por así digamos, osmosis, se pueda llegar a un estado en que lo artificial ya no será necesario. Quizás una vuelta a la naturaleza podría ser la solución para un hombre cada día mas enfermo, que se enferma más y más a si mismo con sus productos químicos y que paradójicamente, o quizás premeditadamente –bendito capitalismo- se vende también a si mismo los remedios para sus propias enfermedades.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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